jueves, 3 de diciembre de 2015

Carta a Un Joven Guitarrista

Pregunta si su forma de tocar guitarra eléctrica es buena. Me lo pregunta a mi. Antes le ha preguntado a otros. Envia videos al Internet. Se compara con otro, se inquieta cuando ciertas personas comentan cosas negativas de sus intentos. Ahora (ya que me ha autorizado a aconsejarle) ahora le pido que deje todo esto. Usted mira hacia afuera y precisamente eso, en este momento no le es lícito. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Sólo hay un medio. Entre en sí mismo. Investigue el fundamento de lo que usted llama tocar guitarra eléctrica; compruebe si está enraizado en lo más profundo de su corazón; confiésese así mismo si se moriría irremisiblemente en el caso de que se le impidiera tocar la guitarra eléctrica.

Sobre todo pregúntese en la hora más callada de su noche: ¿debo tocar guitarra? Excave en sí mismo en busca de una respuesta que venga de lo profundo. Y si de allí recibiera una respuesta afirmativa, si le fuera permitido responder a esta seria pregunta con un fuerte y sencillo <<debo>>, construya su vida en función de tal necesidad; su vida, incluso en las horas más indiferentes e insignificantes, ha de ser un signo y un testimonio de ese impulso. Después aproxímese a la música e intenté tocar como el primer hombre que ve y experimenta, que ama y que pierde.

No escriba canciones de amor. Al principio eluda aquellas formas que son las más corrientes y comunes; son las más difíciles, puesto que se requiere una fuerza grande  y madura para expresar una personalidad propia allí donde existen en gran medida tradiciones buenas y, en parte, hermosas. Por eso, póngase a salvo de todos los motivos generales y preste atención a lo que su vida cotidiana le ofrece; escriba sus tristezas y anhelos, los pensamientos fugaces y la fe en algo bello; descríbalo con sinceridad íntima, callada y humilde y, para expresarse, sírvase de las cosas que le rodean, de las imágenes de sus sueños y de los objetos de sus recuerdos.

Si su vida diaria le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo bastante músico como para convocar su riqueza, pues para el creador no existe pobreza ni lugar pobre o indiferente. Y si usted estuviera encerrado en una prisión, y sus muros no dejaran llegar a sus sentidos ningún  rumor venido de fuera,  ¿no seguiría teniendo su infancia, esa riqueza deliciosa y regia, ese lugar mágico de los recuerdos? Dirija hacia allí su atención. Intente desenterrar las sensaciones sumergidas de ese pasado lejano; su personalidad se fortalecerá, su soledad será más grande hasta convertirse en una estancia en penumbra donde el estrépito de los otros pasará de largo, a lo lejos.

Y si de ese retorno hacia adentro, de esa inmersión en su propio mundo surgen versos, fraseos y canciones, no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos  o no. Tampoco intentará a interesar las revistas, pues verá en ese trabajo su propiedad amada y natural, un fragmento y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando surge de la necesidad. En esta cualidad de su origen reside su juicio crítico: No existe otro. Por eso, mi muy apreciado señor, no sé darle otro consejo: camine hacia sí mismo y examine en las profundidades en las que se originó su vida. En su fuente encontrará la respuesta a la pregunta de si debe crear. Acéptela tal como venga, sin interpretarla. Quizás surja la evidencia de que usted está llamado a ser artista. De ser así, acepte ese destino y sopórtelo con toda su carga y grandeza sin esperar recompensa que pueda venir de fuera: el creador ha de ser un mundo para sí, y lo ha de encontrar todo en sí mismo y en la naturaleza con la que se ha fundido.

<<Adaptado del libro  de Rainer Maria Rilke, cartas a un joven poeta, Ediciones Hiperión, Madrid 2004.>>